
Durante mucho tiempo, se pensó que el compromiso de los colaboradores se medía por su fidelidad: quedarse años en la misma empresa, aceptar todo sin cuestionarlo y defender a su empleador a toda costa. Pero esa visión ha quedado atrás. Hoy, una persona puede estar motivada, ser eficiente y estar plenamente implicada… sin que eso implique necesariamente querer hacer carrera en la misma organización durante 15 años. Y no pasa nada. Al contrario, es una señal clara de que la relación con el trabajo está cambiando de forma profunda.
El compromiso ya no significa “me quedo”, sino “me implico”
Aquí es donde aparece la paradoja: un empleado puede dejar una empresa con una excelente percepción de su experiencia. Y, al contrario, puede seguir ocupando su puesto, pero haber desconectado emocionalmente desde hace tiempo. Es lo que en el mundo anglosajón se conoce como quiet quitting: hacer solo lo justo, sin ningún tipo de implicación emocional.
¿A qué se debe este cambio? A que el compromiso ya no se reduce a la presencia física ni a la lealtad incondicional. Hoy, es una fuerza interior que se nutre de factores mucho más profundos: el sentido que se le da al trabajo, el grado de autonomía… y, sobre todo, el reconocimiento que se recibe.
El sentido: el motor principal de la motivación
Hoy en día, muchos profesionales no se conforman con “cumplir con su trabajo”. Quieren entender por qué lo hacen, para qué sirve y qué impacto tiene. El salario sigue siendo un factor importante, por supuesto. Pero cada vez pesa más la sensación de que lo que hacen tiene un propósito.
Pensemos en el caso de una desarrolladora que trabaja en una start-up dedicada a la salud mental. Su día a día consiste en programar, corregir errores, mejorar aplicaciones. A simple vista, su trabajo no parece muy distinto al de otros puestos en el sector tecnológico. Pero cada línea de código que escribe contribuye a mejorar la vida de personas en situación de vulnerabilidad. Y eso lo cambia todo: se siente útil y en sintonía con los valores de su empresa.
La autonomía: una forma de respeto
Ofrecer autonomía no significa dejar a las personas solas ante sus responsabilidades. Es transmitirles un mensaje claro: “Confío en ti. Eres capaz de organizarte, de proponer ideas, de actuar por tu cuenta.”
Un colaborador autónomo no es alguien que trabaja por su cuenta sin conexión con los demás, sino una persona empoderada, que comprende los objetivos y tiene la libertad de decidir cómo alcanzarlos. Es alguien que no necesita una supervisión constante y a quien se le da margen para aprender, equivocarse y crecer.
Un ejemplo sencillo: ofrecer horarios flexibles o la opción de teletrabajar algunos días no es un privilegio. Es una muestra de confianza. Es reconocer que no hace falta ejercer control para obtener buenos resultados. Y eso, además, refuerza notablemente el compromiso.
El reconocimiento: el combustible emocional
El verdadero reconocimiento no consiste solo en un bono anual ni en un 'gracias' dicho sin más. Es una necesidad psicológica básica. Sentirse visto, escuchado y valorado es lo que impulsa a las personas a dar lo mejor de sí.
Lo más interesante es que reconocer el trabajo de los demás no cuesta casi nada. Un responsable que se toma cinco minutos para destacar un buen resultado, un equipo que celebra un logro conjunto, un compañero que ofrece una retroalimentación positiva… Son pequeños gestos que, con el tiempo, siembran compromiso en el día a día.
Hace poco, un profesional de Recursos Humanos nos compartía cómo algo tan sencillo como un “muro de gratitud” virtual —donde cada persona podía dejar un mensaje de agradecimiento a alguien del equipo— logró transformar el clima laboral en solo unas semanas. A veces, no hace falta mucho para volver a darle sentido al trabajo.
¿Y ahora, qué hacer?
Sí, los tiempos han cambiado. El compromiso ya no se impone, no se exige, no se compra. Se cultiva, poco a poco, en un entorno de confianza y con un propósito compartido. Para los equipos de RR. HH. y los responsables, esto implica repensar sus prácticas: escuchar de verdad las necesidades del equipo, ofrecer mayor autonomía y valorar los logros del día a día.
También significa dejar atrás la lógica del “siempre más” para avanzar hacia el “mejor”. Comprender qué motiva a cada persona. Alinear los valores de la empresa con las aspiraciones del talento. Gestionar de forma más humana la retroalimentación y las oportunidades de crecimiento.
Porque, en el fondo, una persona comprometida hoy no es quien se queda pase lo que pase. Es quien elige implicarse, porque siente que está en el lugar correcto, en el momento adecuado.
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